Juliana Biedermann, anciana de setenta y ocho años de Colonia, Alemania, se sentó feliz en su nueva cama. Era una cama mullida, suave, tibia, a la que el fabricante le había añadido un suave perfume de maderas.
Juliana se puso a jugar sobre su nueva cama como una chiquilla. Vivía sola en su apartamento. Era un apartamento moderno, con esas camas plegadizas que se empotran en la pared para dejar más espacio durante el día.
Mientras la anciana probaba varias veces la suavidad del colchón, el mecanismo de la cama se accionó espontáneamente y, levantándose, atrapó a la anciana dentro del hueco. Comenzó así una pesadilla para doña Juliana que duró cabalmente tres días y tres noches.
La pobre mujer permaneció en aquel encierro hasta que al fin los vecinos alertaron a la policía y los bomberos acudieron a librarla. «Nadie oía mis gritos —dijo llorando—; mi propio colchón me sofocaba.»
Los colchones sirven para dormir, y son muy cómodos. Pero conviene tenerlos debajo del cuerpo, no encima. Porque aquello que fue creado para la comodidad, el placer y el descanso puede convertirse en algo sofocante y aun mortal si se le da un uso totalmente impropio.
Así pasa con todas las cosas que el hombre ha creado para su bienestar y beneficio. Usadas como se debe, dándoles el uso para el que fueron diseñadas, las cosas generalmente funcionan bien. Son de utilidad y provecho. Pero usadas en otra forma pueden ser hasta mortales.
Una cuerda gruesa puede ser muy buena para tender la ropa o halar un auto, pero mala si se le hace un nudo corredizo y se la ajusta al cuello. Una hojita de acero filosa puede ser muy buena para afeitarse, pero mala si se la desliza sobre las venas de la muñeca.
Lo mismo puede decirse de otra infinidad de cosas, tales como el amor. Usado como manda Dios, y para lo que fue diseñado, es maravilloso. El amor es una fuente de felicidad, de bienestar, de salud física y mental, y de progreso moral y espiritual. Pero si se usa mal este genial invento de Dios, el amor de hombre y mujer se transforma en fuente de vicio, maldad, pecado y muerte. ¿Cómo aprender a usar el amor, supremo don, siempre como Dios manda? Por medio de Cristo, Señor, Salvador, Maestro y Santificador de nuestra vida.