(Víspera del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial)
Miriam Makeba nació en Sudáfrica. Su piel era negra como el azabache. En su país de nacimiento los negros disfrutaban de pocos derechos. Pero Miriam tenía una voz de oro. Era una cantante estupenda, que podía deleitar con su voz al público más exigente del mundo. En su repertorio tenía obras clásicas, semiclásicas, folclóricas y populares. Y todo lo interpretaba con maestría, con entusiasmo y con dulzura.
Como cantaba de maravilla y era tan querida y admirada por el público en general, Miriam obtuvo la ciudadanía de ocho países: Tanzania, Guinea, Argelia, Sudán, Mauritania, Cuba, Uganda y Liberia. Discriminada en su propio país por el color de su piel, la recibieron en otras ocho naciones gracias a su voz.
Todo cambió para aquella cantante sudafricana cuando el mundo comenzó a juzgarla del mismo modo en que siempre la había juzgado Dios: por lo que procedía de su interior y no por su apariencia externa. Pues Dios, a diferencia del hombre a quien creó, jamás ha juzgado a nadie por las apariencias sino por el corazón.
Ese principio divino lo vemos en un caso bíblico que tiene que ver también con un músico. Se trata de David, que llegó a ser el músico de mayor renombre en su país. Es más, hasta el día de hoy se le considera el salmista por excelencia de Israel. Cuando Dios le pidió al profeta Samuel que ungiera al futuro rey de Israel, no le dijo por adelantado a quién había escogido. A Samuel lo impresionó la apariencia física de Eliab, el hermano mayor de David, así que pensó que fuera él. Pero Dios le dijo: «No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón.»1 Y luego Dios rechazó uno por uno a los otros seis hermanos de David hasta que por fin mandó llamarlo a él, el más pequeño, y lo escogió de entre todos. Como Dios se fija en el corazón, escogió a David, de quien más adelante dijo: «He encontrado en David, hijo de Isaí, un hombre conforme a mi corazón».2
Por lo general, el factor que determina nuestra nacionalidad es el país en el que nacimos. Pero así como para Miriam Makeba su país de origen no impidió que se hiciera ciudadana de países extranjeros, tampoco nuestro nacimiento en este mundo impide que nos hagamos ciudadanos del cielo. Porque Dios ha establecido que, cualquiera que sea nuestro origen o nuestra raza, para obtener la ciudadanía celestial todos tenemos que nacer de nuevo espiritualmente. Para que esto suceda, tenemos que permitir que Dios limpie nuestro corazón. Pues solamente los de corazón limpio podremos verlo en su gloria.
Cuando, al igual que el rey David, le pedimos a Dios que nos limpie de todo pecado, dándonos así un corazón limpio, Dios pone en nuestros labios un hermoso cántico nuevo, un cántico de alabanza y de liberación. Y de ahí en adelante nuestro repertorio incluye obras de toda clase que le agradan, de modo que a juicio suyo cantamos divinamente bien, como aquella cantante sudafricana y como los ángeles del cielo.
1 | 1S 16:7 |
2 | Hch 13:22 |