Los indios cashinahua no daban por sentado el descanso, porque el sol no dejaba de alumbrar sobre ellos. Irónicamente, por la falta de oscuridad, carecían también de paz. Hartos y exhaustos de la luz del día, fueron al ratón y le pidieron prestada la noche. Lamentablemente, la oscuridad que les produjo la noche del ratón no les alcanzó sino para comer y conversar un rato frente a la hoguera, pues no habían acabado de acomodarse en las hamacas cuando comenzó a rayar el alba.
Fueron entonces y le pidieron prestada la noche al tapir. La oscuridad que les brindó la noche del tapir fue encantadora. Bajo su cobertura se dieron el lujo de dormir a pierna suelta y disfrutaron del sueño que tanto habían anhelado. Durmieron y durmieron, y por fin despertaron, reanimados por completo, pero también desconsolados al darse cuenta de que durante su largo sueño las malezas del monte habían invadido sus cultivos y arrasado sus casas.
No tuvieron más remedio que seguir en busca de la noche ideal. Después de muchos intentos, probaron la del armadillo y se convencieron de que ésa era la noche precisa para ellos. De modo que se la pidieron prestada sin intención alguna de devolvérsela jamás. Por eso, despojado de la oscuridad de la noche, el pobre armadillo duerme de día.1
Esta imaginativa leyenda de los cashinahua resalta la importancia del descanso. Si nosotros, al igual que ellos, de veras queremos disfrutar del descanso ideal, nos conviene tomar en cuenta lo que dice al respecto el Dador del descanso. A Él le pareció tan importante que, siendo el Creador del universo, nos dio ejemplo de descanso al reposar de sus obras el séptimo día de la creación, y luego ordenó que nosotros también observáramos un día de reposo. Por eso inspiró al escritor a los hebreos a que escribiera lo siguiente en una sección que los traductores han titulado «Reposo del pueblo de Dios»: «A nosotros... se nos ha anunciado la buena noticia.... —nos explica—. En tal reposo entramos los que somos creyentes.... Sin embargo, todavía falta que algunos entren en ese reposo.... Por eso... queda todavía un reposo especial para el pueblo de Dios; porque el que entra en el reposo de Dios descansa también de sus obras, así como Dios descansó de las suyas. Esforcémonos, pues, por entrar en ese reposo....»2
Estas palabras nos dan a entender que Dios quiere darnos el boleto de entrada a ese descanso eterno para que, al igual que el legendario armadillo de los cashinahua, podamos descansar a plena luz del día, despojados de las tinieblas del pecado que nos separa de Él. Pidámosle que su luz divina disipe esas tinieblas. Así podremos trasladarnos un día no muy lejano al lugar ideal que nos está preparando, a la Nueva Jerusalén, donde ya no habrá noche, y no necesitaremos luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios nos alumbrará, y descansaremos con Él por los siglos de los siglos.3
1 | Eduardo Galeano, Memoria del fuego I: Los nacimientos, 18a ed. (Madrid: Siglo XXI Editores, 1991), pp. 9-10. |
2 | Heb 4:1-11 |
3 | Ap 22:5 |