De nada sirve afanarse

11 sep 2013

Se cuenta que después del 11 de septiembre de 2001, durante una reunión matutina, el jefe de seguridad de una compañía de Manhattan, en la ciudad de Nueva York, comenzó a contar la historia de algunos de los sobrevivientes de los ataques perpetrados contra las Torres Gemelas. La mayoría de los empleados que se salvaron habían llegado tarde al trabajo ese día por razones que por lo regular tildaríamos de pequeñeces.

El presidente de la compañía llegó tarde ese día debido a que había llevado a su hijo a su primer día en el kindergarten.

Uno de los empleados sobrevivió porque ese día le tocaba comprar los pasteles para el refrigerio matutino, así que había pasado por la panadería.

Una mujer llegó tarde porque no le sonó la alarma del despertador.

Un hombre llegó tarde debido a una congestión en la autopista de Nueva Jersey que se produjo a causa de un accidente automovilístico.

Otro no llegó a tiempo a la parada para tomar el autobús acostumbrado.

Una secretaria se manchó la ropa al desayunar, y tuvo que dedicar tiempo para cambiarse a último momento.

El auto de un hombre no quiso arrancar esa mañana.

Una mujer, en el momento en que iba a salir de su casa, oyó el timbre del teléfono y entró para contestar la llamada.

Uno de los empleados tenía un hijo que hizo todo muy lentamente esa mañana, de modo que no estaba listo para la escuela como de costumbre.

Otro no logró que un taxi se detuviera y lo llevara oportunamente.

Y, tal vez el colmo de la buena suerte disfrazada de mala, un hombre se puso un nuevo par de zapatos esa mañana, pero en el camino a Manhattan se le formó una ampolla en uno de los pies, de modo que entró en una farmacia para comprar una curita.

¿Qué podemos aprender de las historias de esos sobrevivientes? El sabio Maestro, hijo del rey David, subraya las siguientes lecciones en el libro de Eclesiastés:

¿Qué provecho saca el hombre de tanto afanarse en esta vida?
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En la tierra suceden cosas absurdas, pues hay hombres justos a quienes les va como si fueran malvados, y hay malvados a quienes les va como si fueran justos.
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Al dedicarme al conocimiento de la sabiduría y a la observación de todo cuanto se hace en la tierra, sin que pudiera conciliar el sueño ni de día ni de noche, pude ver todo lo hecho por Dios. ¡El hombre no puede comprender todo lo que Dios ha hecho en esta vida! Por más que se esfuerce por hallarle sentido, no lo encontrará; aun cuando el sabio diga conocerlo, no lo puede comprender.
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Vi además que nadie sabe cuándo le llegará su hora. Así como los peces caen en la red maligna y las aves caen en la trampa, también los hombres se ven atrapados por una desgracia que de pronto les sobreviene.
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¿Qué provecho saca quien trabaja, de tanto afanarse? ... Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin.1


1 Ec 1:3; 8:14,16‑17; 9:12; 3:9,11
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