Ismael Cerna era sobrino del Mariscal Vicente Cerna, quien había sido depuesto como presidente de Guatemala. Ismael empleaba sus dotes de poeta para combatir, mediante la prensa y otras actividades, al entonces presidente, el general Justo Rufino Barrios. Lo cierto es que no comulgaba en absoluto con el régimen de Barrios. Tanto insistió en atacarlo el joven Cerna, que el presidente Barrios resolvió mandarlo a la cárcel por actividades subversivas.
En la cárcel el joven poeta, inspirado por quién sabe qué, le envió un nuevo poema al presidente en el que lo calificaba de tirano. Y como si eso fuera poco, retó a Barrios a que le quitara la vida. El presidente, después de leer el poema detenidamente, mandó llamar al poeta para que se lo leyera en voz alta. Cerna no se acobardó, sino que lo hizo con la voz vibrándole de emoción. Barrios quedó admirado de la actuación del poeta y le dijo:
—Estos versos no son malos, joven.
Cerna replicó:
—Si son buenos o malos no lo sé, puesto que sólo los he sentido.
Barrios le preguntó entonces:
—¿Le gustaría estar libre?
Pero Cerna le contestó:
—A usted no le pido nada.
—Está bien —concluyó Barrios—, está libre. ¡Váyase! La historia me hará justicia aunque usted no lo haga.
Cerna salió de la cárcel y también del país en exilio voluntario, y no volvió sino hasta después de la muerte de Barrios. Pero no se quedó callado. En un aniversario de la muerte del ex mandatario, aprovechó la ocasión para subir a la tribuna y recitar los siguientes versos:
Yo que de tu implacable tiranía una víctima fui,
yo que en mi encono quisiera maldecirte todavía,
no olvido que en un instante en tu abandono
quisiste engrandecer la patria mía,
y en nombre de esa patria te perdono.1
Tal vez haya influido en Ismael Cerna el siguiente consejo que San Pablo les dio a los efesios: «Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.»2 Todos necesitamos el perdón, tanto el darlo como el recibirlo. Los que no somos perdonadores somos perdedores. Y los que no recibimos el perdón de Dios perdemos la vida eterna que Él nos dio al morir en la cruz. Para recibir ese perdón divino y la vida eterna que lo acompaña, basta con que oremos el padrenuestro así como Cristo nos enseñó que hiciéramos: «Padre, ... perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.»3
1 | Óscar Hugo Álvarez Gómez, Anécdotas del General de División Don Justo Rufino Barrios, 2a ed. (Guatemala: Editorial del Ejército, 1984), pp. 65-66. |
2 | Ef 4:31‑32 |
3 | Lc 11:4 |