(Aniversario de la Muerte de Simón Bolívar)
Intentaron matarlo más de treinta veces, pero jamás lograron siquiera herirlo. A cualquier otro hombre lo hubiera hecho desistir de su magna empresa lo ocurrido la noche del 10 de diciembre de 1815. Pero a él lo sostuvo su férrea resolución, su valeroso empeño en luchar hasta obtener la victoria.
Acababa de renunciar voluntariamente a la jefatura del ejército libertador de su patria, y se encontraba refugiado en Kingston, Jamaica. Las aventajadas tropas del español Morillo habían reconquistado el territorio colonial perdido y habían vuelto a adueñarse de la recién libertada Venezuela.
Aquella noche el desilusionado galán volvió a desahogar sus penas en compañía de una dama, la dominicana Julia Crober. Pero se quedó en la casa de ella más tiempo de lo acostumbrado, totalmente inconsciente de que Morillo había tramado asesinarlo. A su esclavo, el negro Pío, lo había contratado un catalán, a quien Morillo había comprometido por la suma de cinco mil pesos. Cobijado por la más densa oscuridad, el esclavo penetró sigilosamente en la habitación de su amo. Sabía cuál era la hamaca en que dormía el caudillo americano, así que se deslizó hacia ella y, sin vacilar un solo instante, hundió el puñal en el pecho del dormido. ¡Misión cumplida!
A la mañana siguiente, ¡cuál no sería su consternación al enterarse de que no se estaba practicando el levantamiento del cadáver del general Simón Bolívar sino el de don Félix Amestoy, fiel amigo del Libertador! Esa noche en la casa de huéspedes de Rafael Poisce, don Félix había aprovechado la ausencia de su compañero caraqueño y se había acostado en la hamaca de él a fin de descansar mejor.1 ¿Cómo iba a saber que esa infeliz decisión lo llevaría a un descanso permanente?
Al igual que Bolívar, el celebrado hijo de la patria, también Jesucristo, el Hijo de Dios, renunció voluntariamente a la jefatura de un ejército, pero no terrenal sino celestial. Y a diferencia de Bolívar, a Cristo sí lo hirieron y lo mataron, pero sólo porque Él así lo dispuso.2 Teniendo el poder para salvarse, Cristo no se salvó a sí mismo, sino que nos salvó a todos nosotros,3 incluso a Bolívar. Pero no nos salvó de una muerte inesperada sino de la muerte segura, y no de forma temporal sino eternamente.
Don Félix murió sin proponérselo en el lugar de su amigo Bolívar, sin saber que su decisión lo conduciría a un inesperado descanso permanente. En cambio, nuestro amigo Jesucristo se propuso morir en nuestro lugar, consciente de que su decisión nos llevará a un anhelado descanso eterno... si lo reconocemos a Él como nuestro Libertador espiritual. Porque si bien es cierto que Bolívar libertó a muchos al lograr escapar hasta inconscientemente de la muerte, y así obtuvo la victoria con que consumó la libertad temporal, Cristo nos libertó a todos al entregarse conscientemente a la muerte, y así obtuvo la victoria con que consumó nuestra libertad eterna.4
1 | Alfonso Rumazo González, Manuela Sáenz: la Libertadora del Libertador, 6a ed. (Caracas: Ediciones EDIME, 1962), p. 60. |
2 | Is 53:4-5 |
3 | Lc 23:33-43 |
4 | Jn 8:32; 19:30 |