(Día Mundial sin Alcohol)
Era todo un monumento, pero un monumento vivo, hecho de seres humanos. No era un monumento de mármol, ni de piedra, ni de bronce ni de hierro; era de carne y hueso.
El escultor, oriundo de México, conocido sólo como don Pedro, había colocado a diferentes artistas en poses representativas, formando así su monumento. No pretendía darles perpetuidad, al modo de una estatua de mármol, pero sí procuraba dar un mensaje elocuente con un significado profundo.
Por lo general, un monumento presenta a personajes de gran renombre y heroísmo. Pero éste presentaba a varias personas en diferentes estados de embriaguez. Unas estaban caídas; otras, recostadas contra paredes; otras, abrazadas a un árbol; otras, tiradas en cunetas. De ahí que a su obra el artista le puso por título: «Caídos en cumplimiento del beber.»
En realidad, «Caídos en cumplimiento del beber» es una parodia de otro monumento, serio y digno, titulado: «Caídos en cumplimiento del deber.» Una sola letra intercambiada marca la diferencia entre «beber» y «deber». Pero esa simple letra cambia totalmente el sentido.
Muchos nobles servidores de la sociedad, en cumplimiento del deber, caen en el campo de batalla y derraman su sangre por defender a su patria. A éstos se les reconoce públicamente con medallas y honores, y reciben la admiración de los demás. En cambio, otros, en cumplimiento del beber, caen al suelo y derraman su vómito por ingerir demasiado licor, cerveza o vino. Éstos son una vergüenza pública y reciben el menosprecio de los demás.
No obstante, hay muchas personas inteligentes y cultas que, por diversas razones, se dan a la bebida. Naufragan, con toda su inteligencia, en un lago de alcohol y sufren, a veces para siempre, la miseria del aturdimiento y del dolor moral. Hacen caso omiso de las advertencias que contiene el libro de los Proverbios. Una de ellas forma parte de «Los treinta dichos de los sabios». «No te fijes en lo rojo que es el vino, ni en cómo brilla en la copa, ni en la suavidad con que se desliza —nos advierte—; porque acaba mordiendo como serpiente y envenenando como víbora.»1
Es rara la persona que no se da cuenta de su esclavitud al alcohol. Pero también es rara la persona que lo admite ante los demás. Todo el que quiere puede ser librado de esa serpiente venenosa. Porque Jesucristo, el Hijo de Dios, no sólo tiene el deseo de sacarnos de la prisión en la que nos encontramos, sino también el poder para librarnos. Si aceptamos la ayuda que Cristo nos ofrece, podremos cambiar el vicio por la vida, el fracaso por el triunfo, la perdición por la salvación y la ruina terrenal por la gloria eterna.
1 | Pr 23:31‑32 |