En el momento oportuno y el lugar preciso

16 abr 2025
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Jean-Pierre Chopin, profesor de educación física de veintiocho años, estaba en el segundo piso de un edificio, observando a un niño de cinco años que jugaba en el balcón del séptimo piso de un edificio de apartamentos enfrente. Todo esto ocurría en París, capital de Francia.

De pronto Chopin sintió el impulso de bajar hasta la acera de enfrente. Así que bajó velozmente las escaleras, cruzó la calle al vuelo, y llegó a la otra acera justo a tiempo para recibir al niño en sus brazos. «Fue igual que agarrar una pelota de raquetbol», dijo luego el profesor. El niño, Rafik Meliani,1 se había salvado de milagro.

Sin lugar a dudas, esto fue más que casualidad, más que una combinación feliz de circunstancias favorables. Aquí intervino Dios directamente, movilizando al profesor francés para llegar al lugar preciso, la acera de enfrente, en el momento oportuno, el momento mismo en que el niño caía.

Algo parecido sucedió para que fuera posible la salvación de cada uno de nosotros. Fue en el momento oportuno, el tiempo señalado por Dios mismo, que su Hijo Jesucristo vino a nuestro encuentro. El apóstol Pablo nos explica que nosotros estábamos sometidos a los poderes que dominan este mundo, pero que cuando llegó el día señalado por Dios, Él envió a su Hijo, que nació de una mujer y se sometió a la ley de los judíos, para rescatarnos a los que estábamos bajo esa ley y adoptarnos como hijos suyos.2 Y fue en el lugar preciso, el lugar de nuestra muerte inminente, que Cristo nos halló. Así que nuestra salvación no fue producto de un acto improvisado que ocurrió por casualidad. Ni resultó de una feliz combinación de circunstancias propicias, como algunos pudieran pensar.

San Pablo también dice categóricamente que Dios, desde antes de crear el mundo, nos eligió por medio de Cristo.3 Eso quiere decir que la crucifixión de Cristo fue un sacrificio contemplado, planeado con infinito cuidado y profetizado con lujo de detalles aun antes de que el mundo existiera. De modo que además de ocurrir en el momento oportuno, ocurrió en el lugar preciso al que Él vendría para salvarnos. La cruz en la que murió nuestro Salvador significa condenación porque Él se dejó condenar para que no fuera necesario condenarnos a nosotros. Por eso dice el Evangelio según Juan que Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de Él.4 Y la cruz es símbolo de maldición y de muerte porque nosotros merecíamos tanto la maldición como la muerte a causa de nuestros pecados.

Sin embargo, Cristo vino en el momento oportuno y murió en nuestro lugar en la cruz del Calvario, el lugar preciso, salvándonos de la muerte segura una sola vez y para siempre. A eso se debe que su sacrificio no tenga que repetirse. Tiene eficacia universal y eterna. Más vale que nos apropiemos de ese sacrificio de una vez por todas.


1 «Profesor salva de la muerte a un niño», Diario La Nación, San José, Costa Rica <https://www.pressreader.com/costa-rica/la-nacion-costa-rica/ 20200117/281552292811937?srsltid=AfmBOoqGrFg7VegECEDB03gmEKLUtzoz-6OW-KbitECZ2tFKvkw3DmJc> En línea 16 octubre 2024.
2 Gá 4:3-5
3 Ef 1:4a (TLA)
4 Jn 3:17
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