«La labor del novelista que quiera reflejar en su obra la vida ambiente, es de suyo agria y espinosa.... Y... lo hermoso del caso [es] que nadie se fija en los personajes buenos o elevados de una ficción novelesca, para buscarles el original en la vida real y efectiva; pero no se trate de algún tipo malvado o ridículo, porque al punto vemos en él la vera efigie de Zutano o de Fulana, y a cada cual nos faltan pies para correrle con el enredo. Con frecuencia ni los conoce el autor. Pero ¡vaya usted a probarles que no! El lector está siempre más enterado que el autor.»1
En este prólogo de una de sus antologías de Cuentos, el popular escritor colombiano Tomás Carrasquilla nos permite penetrar en el mundo del novelista. Desde esa perspectiva privilegiada, vemos el mundo de un modo creativo, diferente de lo acostumbrado. Es una visión que nos conviene no sólo porque nos ayuda a comprender a nuestros autores favoritos sino también al Autor mismo de la vida. Así como Carrasquilla tiene toda la razón al observar que el lector piensa que está siempre más enterado que el autor, también Dios estaría en lo cierto si reclamara que la creación piensa que siempre sabe más que el Creador. Porque no hay duda de que el lector moderno tiene la tendencia a hacer caso omiso de las leyes divinas consignadas en el manual de funcionamiento del ser humano, que es la Biblia. Por una parte, es capaz de leer la basura más inmunda, y por otra, hacerse el de la vista gorda en lo que tiene que ver con la lectura de lo que más le conviene: la Palabra de Dios.
Quien se la pasa buscándole tres pies al gato, padece simple y llanamente de egoísmo. El mundo del tal malicioso y malpensado, que gira en torno suyo, es un mundo malo, un mundo perverso. Pero con todo y lo popular que ha llegado a ser esa manera de pensar, no tiene ninguna semejanza con la que nuestro Creador ha dispuesto para nosotros. Esta mentalidad saludable la describe San Pablo en dos de sus cartas bíblicas. En su carta a los romanos nos aconseja que no nos amoldemos al mundo actual, sino que permitamos que Dios nos transforme mediante la renovación de nuestra mente. En otras palabras, que cambie nuestra manera de pensar, para que así cambie nuestra manera de vivir y lleguemos a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, agradable y perfecto.2 Y en su carta a los filipenses nos recomienda: «Por último,... piensen en todo lo verdadero, en todo lo que es digno de respeto, en todo lo recto, en todo lo puro, en todo lo agradable, en todo lo que tiene buena fama. Piensen en toda clase de virtudes, en todo lo que merece alabanza.... háganlo así, y el Dios de paz estará con ustedes.»3
1 | Tomás Carrasquilla, Cuentos, «Autopresentación del autor", pp. 8,9. |
2 | Ro 12:2 |
3 | Fil 4:8 |