Soy padre de dos hijas, una de dieciocho y otra de cinco años. [Con] mi esposa no tengo problemas de ningún tipo, pero desde hace más de cinco años comenzamos a tener dificultades [con nuestra hija mayor]. Lo peor vino cuando entró a la universidad, [pues a pesar de que] le pedimos que no [se portara] como los amigos, con sus costumbres, lo ha hecho en total desafío a nuestra familia y a Dios. Ya las discusiones son insoportables.
Me he ido desgastando tanto... que siento que ya no sirvo para nada.... Me siento cada vez más aislado de la gente. No me agrada hablar con nadie, y quiero estar encerrado en mi oficina trabajando. Es una tragedia; ¡hasta he pensado en suicidarme! No puedo dormir. Siento que fallé como padre, y sé que le fallé a mi Dios.
Consejo
Estimado amigo:
¡Cuánto sentimos la situación por la que está pasando! Al igual que muchos otros padres, ha tratado de enseñarles a sus hijos los buenos valores morales y que tomen decisiones sabias, pero al parecer su hija mayor está optando por renegar de lo que se le ha enseñado.
Lo que usted describe es, lamentablemente, muy común. Los jóvenes adultos, bajo la influencia de sus amigos (y a veces de profesores con ideas liberales), se rebelan con frecuencia en contra de los valores de sus padres. Se aprovechan de su nueva libertad para participar en actividades que pudieran ser peligrosas, tales como las relaciones sexuales ilícitas, las drogas y el alcohol.
Muchos científicos creen que por lo general el cerebro no llega a su etapa adulta sino hasta tener veinte años o más. Antes de alcanzar ese nivel de madurez, el cerebro del joven adulto carece de control en cuanto a sus impulsos y de la capacidad de prever y de entender la conexión entre la conducta y las consecuencias que ésta tiene. Lo que le parece obvio a usted como adulto bien pudiera ser del todo incomprensible para su hija. Esa es una de las razones por la que lo frustran a tal grado las discusiones que tiene con ella. Para su hija es como si usted le estuviera hablando en otro idioma.
Usted está completamente equivocado al culparse por las actitudes y la conducta de su hija. No hay modo de que nosotros sepamos exactamente qué clase de padre ha sido usted, pero muchos padres maravillosos tienen hijos que se rebelan por algún tiempo y hasta por muchos años. ¿Acaso cree usted que Dios, nuestro Padre celestial, tiene la culpa de que sus hijos opten por desobedecerle?
Muchas veces la única manera de ejercer influencia sobre un hijo adulto es a través de las finanzas. No dude en negarle dinero o hasta hospedaje a un joven adulto que no esté dispuesto a acatar las reglas del hogar y a cooperar como miembro de la familia.
La depresión y el deseo que siente de aislarse no lo están ayudando ni a usted ni al resto de su familia. Tiene que aceptar el hecho de que su hija es la responsable de sus propias malas decisiones. Si usted no puede hacer eso, entonces necesita consultar a un médico y hablarle acerca de la depresión y de los pensamientos de suicidio.
Nuestro Padre celestial ama mucho a la hija suya. Cuando usted se sienta abrumado y no se crea capaz de afrontar un día más, entréguele esa carga a Dios en oración. Como dice el salmista David: «Encomienda al Señor tus afanes, y él te sostendrá.»1
Le deseamos lo mejor,
Linda
____________________
1 Sal 55:22