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Caso 9

Hace unos días, mientras hacía los quehaceres de mi casa, tenía la televisión encendida y escuché el mensaje que ustedes nos daban ese día. Corrí a buscar lápiz y papel para tener dónde saber más de ustedes y tener así tal vez una respuesta a algo que me agobia y que hace que mi corazón me duela por no tenerla.

Mañana hace cuatro años mi padre murió en un accidente de tránsito. Cuando llegué al lugar, ya mi padre yacía inerte en la calle.... No tuve tiempo de despedirme de él, y esto me hace sufrir muchísimo. La noche [anterior] hablé con él por teléfono. [Él] estaba en una fiesta familiar a la que [yo] no pude asistir, y sus palabras al terminar la conversación fueron: «Todo estuvo bien; sólo me hiciste falta tú. Te amo.» En ese momento había gente a mi alrededor y me dio vergüenza contestarle: «Yo también te amo.» Aunque muchas veces se lo dije personalmente, no me perdono el no habérselo dicho esa noche, pues cuando vi a mi padre de nuevo ya era como una piedra fría que no me podía escuchar.

Hoy, después de cuatro años, sigo con ese dolor en el corazón que me destruye el pecho, pues quisiera haber llegado a tiempo para pedirle perdón por no haber contestado a su «Te amo» con un «Yo igual» [y] para repetirle, como otras veces: «¡Yo también te amo, papito!»

Consejo

Estimada amiga:

Usted no nos dice si ya tiene hijos. El tener hijos es una experiencia que le enseña a uno muchas cosas. Una de las primeras es que un niño pequeño se niega a abrazar y a besar a sus padres sin razón aparente. A un niño de cinco años le dará un berrinche y tratará de alejarse del padre que lo esté obligando a hacer algo que no quiere hacer. Un niño de nueve años es capaz de gritar: «¡Te odio!» cuando su padre o su madre lo castiga. ¿Y qué del adolescente? Éste pasa por etapas en las que dice cosas a diario que hieren los sentimientos de sus padres.

Dios les da a los padres la oportunidad de tener a sus hijos por unos veinte años para vivir y aprender al lado de ellos. Los padres perdonan a sus hijos, aun cuando éstos no les piden perdón, porque los aman. La relación entre padres e hijos no puede medirse por un solo momento o por una sola conversación. Es la suma de los años en que se ha ido formando un vínculo afectivo cada vez más estrecho que no se quiebra sólo por una o dos o tres ocasiones en las que la conversación no se dio por terminada con mutuas manifestaciones de afecto.

Durante la última conversación que usted sostuvo con su padre, él probablemente notó que había personas a su alrededor. Él sabía que usted lo amaba de todo corazón no obstante las palabras que pronunciara. Le aseguramos que él ni lo pensó dos veces cuando colgó el teléfono. Quería más bien que usted supiera que él estaba pensando en usted aunque usted no pudiera acompañarlo.

¡Qué maravilloso es que él le manifestara a usted su amor y que usted le correspondiera en otras ocasiones reiterándole lo mucho que lo amaba! Hay tantas hijas que jamás han escuchado esas palabras de labios de su padre. El padre suyo ahora quisiera que usted invirtiera sus energías y sus pensamientos recordando los tiempos agradables que pasaron juntos y no un solo momento insignificante. Cuando usted se concentra solamente en ese instante, hace caso omiso de todo lo que hizo su padre en vida para crear una relación amorosa con usted como su hija.

Nuestro Padre celestial es el mejor ejemplo que tenemos de amor paternal. Él nos amó aun antes de que naciéramos. Nos amó sabiendo que lo heriríamos y lo rechazaríamos. Y nos ama hoy aun cuando no hacemos el menor esfuerzo por pasar tiempo juntos o hablar con él mediante la oración. Nos ama de todos modos, así como aquel hombre a quien usted tuvo la bendición de llamar su padre.

Con afecto fraternal,

Linda y Carlos Rey

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