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Caso 503

Tengo un hijo de un hombre que, cuando nació el bebé, me dejó por otra mujer más joven. Desde entonces, aunque tengo una personalidad con un temperamento fuerte, no he vuelto a ser la misma. He luchado por ser feliz, no con otro hombre sino con mi hijo y con quienes me rodean, pero ha sido muy difícil. Estoy llena de amargura. He maltratado a mi hijo y a mi padre. Sigo asistiendo a la iglesia, pero es como si no fuera.... No sé cómo volver a sonreír.

Consejo

Estimada amiga:

Nos entristece su caso. Lamentamos que tanto usted como su hijo y su padre hayan sufrido, no sólo por culpa del padre de su hijo, sino también por el enojo y la amargura que usted siente. Sabemos que hay centenares de miles de personas que se identifican con usted porque les ha sucedido lo mismo.

La felicitamos por seguir asistiendo a la iglesia a pesar de que eso no haya contribuido a que se sienta mejor. El hacer lo debido incluso cuando no es agradable es con frecuencia una manera de comenzar el proceso de sanidad. Sin embargo, el acto de ir a la iglesia no va a cambiarla ni a sanarla. Es como ir a un hospital, sentarse en la sala de espera por un rato, y luego salir. A no ser que hable con un médico en el hospital y le diga cuáles son los síntomas que usted tiene, ni el médico ni la visita al hospital pueden hacer algo para ayudarla.

El sentarnos en una iglesia difiere poco del sentarnos en la sala de espera de un hospital. Podemos ir todos los días y sentarnos allí sin recibir ayuda alguna. Sin embargo, si escuchamos un sermón o una enseñanza, y leemos los versículos de la Biblia, pudiéramos recibir inspiración y motivación para comunicarnos con Dios. Cuando nos reunimos con otras personas que han cambiado debido a haber cultivado una relación con Dios, la fe puede germinar en nuestro propio corazón. De modo que lo que puede ayudarnos no es el acto de asistir a la iglesia sino lo que sucede en nuestro corazón cuando estamos dentro de ella.

Por supuesto, no tenemos que ir al local de una iglesia para comunicarnos con Dios. Él está en todas partes, y podemos hablar con Él a cualquier hora. Sin embargo, las emociones fuertes como el enojo y la amargura pueden levantar un muro que impide que estemos conscientes de la presencia de Dios.

Si bien fue el padre de su hijo el que hizo algo malo, usted se está lastimando sólo a sí misma cuando se niega a perdonarlo. El no perdonarlo causa la amargura y el enojo que usted siente. Claro que él no merece que se le perdone. Así que usted puede optar por guardarle rencor por el resto de su vida. Sin embargo, de hacerlo así la consumirá esa amargura, y tanto usted como su hijo seguirán sufriendo.

Le recomendamos que lea el Caso 347 en www.conciencia.net a fin de aprender algunas estrategias sobre cómo volver a sonreír.

Le deseamos lo mejor,

Linda

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