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Tengo veintinueve años y una hermosa hija de nueve años.... Hace ocho años mi madre falleció de cáncer, [y] me quedé a cargo de mi hermana de once años y mi hermano de dieciséis.... Económicamente no iban muy bien las cosas, y decidí montar un negocio, pero cometí un error hipotecando la casa que mi madre nos había dejado a los tres. Mi negocio fracasó. Luché mucho trabajando para poder pagar el préstamo, pero fue imposible y tuve que vender la casa....
Siento que defraudé a mi madre, que fracasé como hermana mayor. Estoy deprimida por todo lo que pasó, pero necesito fuerzas porque tengo miedo de también fracasar como madre.
Consejo
Estimada amiga:
Sentimos mucho todas las dificultades que ha tenido. Al parecer usted hizo lo mejor que pudo, pero fue demasiada responsabilidad económica la que tuvo que afrontar sola a tan temprana edad.
Es posible que su mamá haya pensado que convenía dejar todo en sus manos porque usted es adulta y honrada, y estaba dispuesta a cuidar a sus hermanos. Además, tal vez no había ningún otro familiar dispuesto a ayudar o en condiciones de hacerlo. Pero ya usted se dio cuenta de que era demasiado joven y no tenía la experiencia necesaria para llevar toda la carga económica en pro de sus hermanos.
En su desesperación usted optó por tomar la única decisión que le pareció viable en aquel momento, que era hipotecar la casa. Ahora, al mirar atrás, sabe que no fue una buena decisión. Pero debido a su falta de experiencia y a las circunstancias que la desesperaron, debe perdonarse a sí misma por haber cometido ese error.
Nosotros recomendamos que a los hijos no se les permita tomar decisiones acerca de bienes raíces o de dinero que hayan heredado hasta que cumplan al menos treinta años. Hasta entonces debe haber un administrador encargado de las finanzas en beneficio de todos los hijos. Si su mamá hubiera nombrado a un administrador, entonces tal vez éste habría tenido que vender la casa a fin de suministrar los fondos necesarios para el sustento suyo y de sus hermanos.
Usted dice que, debido a que cometió algunos errores en el cuidado de sus hermanos menores, ahora tiene miedo de fracasar como madre. La culpa y el temor que siente están impidiendo que reconozca que todos los padres cometen errores. La diferencia entre los padres buenos y los malos es que los buenos no se dan por vencidos. Aprenden de sus errores y sacrifican su tiempo y sus deseos personales con el fin de proporcionar estabilidad, coherencia y amor incondicional, aun cuando el hijo sea rebelde, terco y odioso.
Todos nosotros, como hijos de Dios, hemos cometido errores, y sin embargo Dios, como nuestro Padre celestial, sigue cuidándonos y ofreciéndonos amor incondicional. Él continúa aceptándonos y dándonos una nueva oportunidad aun cuando hayamos sido rebeldes, tercos y odiosos. Él nunca se da por vencido, considerándonos una causa perdida. Nunca nos demos tampoco nosotros por vencidos con relación a nuestros hijos. No podemos ser perfectos como lo es Dios, pero sí podemos ser decididos, coherentes y amorosos.
Le deseamos lo mejor,
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