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Caso 262

Mi esposo de cincuenta y cinco años murió de un infarto fulminante. [Teníamos treinta y seis] años de casados.... Le dio un dolor en el pecho, me llamó y le dije: «Ve a consulta», y él dijo: «Me tomaré una aspirina.» No pude hacer nada: murió en mis brazos. Intenté revivirlo dándole masajes y respiración boca a boca, pero no regresó....

Le he reclamado a Dios. Me enojé con mi esposo por no volver. Algunos momentos me siento culpable. Tal vez si hubiéramos ido a la emergencia antes, no se hubiera muerto.

Consejo

Estimada amiga:

¡Cuánto lamentamos que haya perdido a su esposo! El tener que ajustarse a vivir sola después de treinta y seis años de matrimonio le llevará mucho tiempo y considerable esfuerzo emocional, así que la animamos a que dependa de su Padre celestial para recibir la ayuda y el consuelo que necesita. El apóstol Pablo enseñó que Dios «nos consuela en todas nuestras tribulaciones».1 Luego de que se sienta menos afligida por el choque inicial, si le pide a Dios que la ayude, podrá sentir su abrazo consolador.

Sin embargo, por ahora es evidente que se siente muy perturbada debido al choque producido por las circunstancias de la muerte de su esposo. Usted está cuestionando lo que hizo al respecto, y se siente culpable por no haber obligado a su esposo a que fuera al hospital. Si él no hubiera podido decir nada, sin duda usted lo habría llevado. Pero cuando él le dijo que no iba a hacer más que tomarse una aspirina, usted a su vez no pudo hacer más que confiar en lo que él le estaba dando a entender que estaba pasando en su cuerpo. No había modo de que usted comprendiera la seriedad de la situación. Usted respetó el derecho que tenía su esposo de tomar su propia decisión porque él parecía competente para tomarla, así que usted no es culpable de nada más que de confiar en él. Y es por eso precisamente que se ha enojado con él: porque la decepcionó en ese sentido. Usted cree que se ha quedado sola porque su esposo decidió sólo tomarse una aspirina y no ir al hospital. Y ahora está enojada con él por haber tomado esa decisión y por haberla dejado sola.

Ese enojo también la protege de tener que aceptar el hecho de que su esposo, en efecto, ha fallecido. Si usted puede estar enojada con él, entonces él no deja de estar presente en su vida.

Tanto la culpabilidad como el enojo que siente son reacciones normales en tales circunstancias. Con el paso del tiempo, podrá afrontar esos sentimientos y el choque inicial habrá disminuido considerablemente. Pasará por etapas de profunda tristeza, pero a medida que transcurran las semanas y los meses, la tristeza será cada vez menos profunda y finalmente aceptará el hecho de que él de veras ha fallecido, de que usted no tuvo culpa alguna, y de que ahora debe hacer una nueva vida sin él.

Por el momento sus emociones bien pudieran impedir que sienta la presencia y el consuelo de Dios. Pero nunca dude de que Él está con usted y que espera que ponga en Él toda su confianza.

Le deseamos lo mejor,

Linda
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1 2Co 1:4

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