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Caso 6

Para todos en general, creo que la vida ha sido difícil, y para mí no fue la excepción. Tuve que sortear muchos obstáculos para poder cumplir con mi meta, que era llegar a ser profesional.

A la edad de veinte años tuve un hijo con la mujer equivocada, porque no estaba enamorado de ella y tuve relaciones por la presión de unos amigos; pero fue una sola vez.

El problema radica en que hasta la fecha no tengo una buena relación de padre e hijo como quisiera, porque su madre interviene mucho y siempre terminamos discutiendo, motivo por el cual no prefiero visitarlo y estoy alejado de él. Ahora estoy casado con la mujer de mis sueños, y tenemos un hijo que es mi motivo de ser, lo que no ocurre con mi primer hijo, y no sé qué hacer.

Consejo

Estimado amigo,

Gracias a Dios que usted siente la confianza de contarnos su caso y que ha sacado tiempo para escribirnos acerca de su problema, porque esto demuestra que no tiene la conciencia tranquila con respecto a su primer hijo. En lo profundo de su corazón usted sabe que no puede seguir manejando esta situación tal y como lo ha hecho hasta ahora.

Pensemos en esto desde la perspectiva de su primer hijo. Lo llamaremos Juan, aunque no tenemos ninguna idea de su verdadero nombre. Juan es un niño de diez años que está creciendo con una inseguridad constante por dentro. Todos los días se pregunta: «¿Será que mi padre me ama? ¿Qué hice yo para que mi padre no quiera ser parte de mi vida? Seguramente soy malo, porque si no mi padre me amaría. Él ama a su otro hijo; entonces ¿por qué a mí no? ¿Qué tengo yo de malo?»

Las estadísticas demuestran que los muchachos que crecen sin su padre tienen muchos obstáculos que vencer en la vida. Estos niños son más propensos a sufrir problemas emocionales, más propensos a tener que hacer ajustes difíciles en la vida y en las relaciones interpersonales, y más propensos a terminar en la cárcel. ¿Es eso lo que usted quiere para Juan?

Usted dice que es la madre de Juan la que dificulta que usted mantenga una buena relación con él. Por supuesto que ella no está contenta con usted y se está desquitando tanto con usted como con su hijo. Usted tomó la decisión de tener relaciones íntimas con ella, aunque fuera una sola vez, y ahora es responsable de solucionar los detalles, sin que importe lo difíciles que sean. ¿Acaso Juan es sólo una consecuencia negativa de su decisión insensata, o es un ser humano valioso quien merece el amor y el cariño de su padre? ¿Lo considera usted a él desechable?

Nosotros tenemos un pariente cercano que afronta una situación parecida a la suya, y hemos sido testigos de lo que ocurre en tal caso. Es muy difícil para el padre. Los de afuera lo juzgan como una persona mala, y él siente que a pesar de todos sus esfuerzos no está  logrando realmente nada. La madre parece tener todo el control de la situación, y ella aprovecha cada oportunidad que se presenta para herir con ese dominio al padre. Es mucho más fácil para él simplemente dejar de insistir y mantenerse alejado. Eso le pone fin a las peleas constantes y le da más paz. ¿Pero es lo correcto? ¿Qué de Juan?

De aquí a ocho años nada más Juan será un adulto. Entonces será demasiado tarde para desarrollar una relación con él. Y a usted le pesará durante el resto de su vida el no haberse esforzado lo suficiente por hacer lo correcto. ¿Cómo puede ahora prevenir que eso suceda? Usted puede lograrlo, pero ¡tiene que comenzar hoy mismo!

Usted dice que su otro hijo es su «motivo de ser». Por razones evidentes, usted lo favorece a él. Hay un caso como este en el libro de Génesis en la Biblia. Isaac tiene dos hijos, Esaú y Jacob. Esaú se parece más a su padre en el sentido de ser un cazador y un «macho entre los machos». Por este motivo, entre otros, Esaú es el hijo favorito de Isaac. Pero ¿qué de Jacob? La madre de Jacob compensa y lo favorece a él y, como resultado, lo ayuda a engañar tanto a su padre como a su hermano. De modo que se crea una contienda que dura muchos años. Y nadie gana, pues nadie consigue lo que quiere ni lo que necesita. La lección que aprendemos de este caso es la importancia que tiene el tratar con equidad a nuestros hijos, sin que importen sus cualidades, distinciones o rasgos individuales.

Tanto Juan como su medio hermano son hijos de sangre suyos. Ambos tienen el mismo derecho de que usted los considere como tal. Nosotros creemos que usted debe determinar que de aquí en adelante los va a tratar como iguales. ¿Cómo puede lograrlo? Nosotros podemos darle algunas ideas para comenzar, pero usted tendrá que llevarlas a la práctica. Ahora bien, la meta más importante que debe esforzarse por alcanzar es rectificar lo ocurrido hasta ahora, no obstante lo difícil, lo complicado o lo estresante que sea.

Encuentre una persona imparcial que sirva como mediadora entre usted y la madre de Juan. Si usted tiene los recursos económicos para contratar a un terapeuta o consejero profesional a fin de que lo asesore, ¡magnífico! Pero si no tiene con qué, encuentre a una persona sabia en la que puede confiar. Concerte una cita con la madre de Juan acompañado de esa persona mediadora. Explique que usted desea, más que nada, lo que más le conviene a Juan, y que quiere saber qué condiciones tendrá usted que cumplir para que ella no se oponga a que usted pase más tiempo con Juan. Confiese que en el pasado usted se ha dado por vencido sin haberse esforzado lo suficiente, pero que ahora está dispuesto a redoblar sus esfuerzos. Póngase de acuerdo con ella en cuanto a un horario de visitas que sea conveniente para todos, y luego determine que nunca dejará de cumplir cada cita con Juan. Entre visitas, hable con él por teléfono, envíele cartas o mensajes por correo electrónico, y esfuércese por establecer las bases de una relación paternal con él. Es posible que al principio él cuestione sus móviles, es decir, que dude de lo que realmente lo haya motivado a usted a proceder así con él. Tal vez él tema que usted desista de ese empeño, y no quiera arriesgarse a que usted lo decepcione una vez más. En tal caso, tenga paciencia con él, y concéntrese más bien en mantenerse firme en lo que le toca a usted.

Con afecto fraternal,

Linda y Carlos Rey

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