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Hace cinco meses falleció mi padre, y hace dos meses mi abuela. A raíz de eso he empezado a sentirme mal, con dolores estomacales. Me hice estudios, y todo está bien. Pero a veces siento pánico y tengo ganas de salir corriendo. Voy a la iglesia y oro por esta situación, pero no se me pasa. Por momentos tengo miedo de volverme loca. A pesar de que oro, no logro sentirme mejor. ¿Por qué será?
Consejo
Estimada amiga:
Lamentamos la pérdida que ha sufrido de su padre y su abuela. Ha tenido que soportar mucho en muy poco tiempo.
Así como nuestro cuerpo se afecta por accidentes y enfermedades, nuestro cerebro se afecta cuando afrontamos la muerte de un ser querido. Y tal como múltiples enfermedades hacen que sea más difícil que se sane el cuerpo, tener que afrontar varias muertes hace que aumente el estrés en el cerebro.
En el cerebro hay un sector específico llamado el sistema límbico. Está encargado de las emociones. Cuando afrontamos la muerte de un ser querido, el sistema límbico produce sustancias químicas que nos provocan sentimientos de tristeza, dolor y aflicción.
Como adultos con madurez, a menudo tratamos de rechazar las emociones que estamos sintiendo. Procuramos convencernos de que la persona ya no está y de que ese es un hecho que no podemos cambiar, así que debemos aceptarlo y seguir adelante. A veces otras personas hacen que sintamos que nos estamos mostrando débiles si no nos reponemos de la pena tan pronto como ellas piensan que debiéramos. Mientras tanto, esas sustancias químicas normales siguen circulando a través de nuestro sistema, exigiendo que las reconozcamos.
Tal vez usted estuviera negando o reprimiendo la pena que sentía. Los dolores estomacales y los episodios de pánico pudieran ser el resultado de no reconocer esas emociones que ha estado sintiendo. Así que busque a un amigo o familiar con quien pueda hablar con toda libertad acerca de la pérdida que está sintiendo. Si no tiene con quién hablar, busque un grupo de apoyo para la aflicción, o un consejero. Mucho más importante es que debe dejar de condenarse por las emociones normales que siente y, en lugar de eso, buscar maneras de expresarlas. Permita que pase por lo menos un año para esperar sentirse mejor.
Usted dice que le ha pedido a Dios que le quite los síntomas que siente. Eso es igual que pedirle que le quite el hambre. Dios diseñó todas las partes de nuestro cuerpo y de nuestro cerebro de tal modo que funcionen para nuestro bien. El hambre, el dolor e incluso la aflicción son señales que nos advierten que debemos prestar atención y tomar las medidas necesarias.
Dios sí quiere consolarla durante este tiempo de aflicción. Bien pudiera servirle de mucho llevar un diario en el que escriba sus oraciones, contándole a su Padre celestial todo lo que usted está sintiendo. Eso era precisamente lo que estaba haciendo el rey David cuando escribió: «Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo».1
Le deseamos lo mejor,
Linda
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1 Sal 23:4 (DHH)
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