Esta semana respondemos a dos casos diferentes, el uno escrito por una mujer y el otro por un hombre, ambos contándonos acerca del mismo problema. La mujer escribió: «¿Cómo ser libre de las mentiras o... de la verdad a medias...? Cada vez que me propongo decir la verdad, caigo en la mentira o tiendo a exagerar las cosas...» El hombre escribió: «Siempre estoy mintiendo a pesar de que sé que es malo. A veces no lo puedo evitar. Me sale muy natural; es espontáneo...»
Consejo
Estimados amigos:
¡Tengo buenas noticias para ustedes! Su conciencia está cumpliendo la función que Dios quiso que cumpliera. Cuando Él nos dijo en el noveno mandamiento que no mintiéramos, hizo que nuestra conciencia nos recordara ese mandamiento cada vez que lo desobedeciéramos.
Cuando yo era niña, mi mamá me enseñó a mentir. Ella me decía que contestara el teléfono y le dijera al que la llamaba que ella no se encontraba. Las mañanas en que ella se sentía mal y no quería ir al trabajo por haberse emborrachado la noche anterior, yo era quien tenía que hacer la llamada para decir que ella estaba enferma. Antes de que mis padres se divorciaran, ella acostumbraba pedirme que le dijera algo a mi papá que no era verdad para que él no se enojara con ella. Y yo les oía a los dos mentirle a la gente todo el tiempo. Era su manera de ser.
Por eso no es de extrañarse que a medida que fui creciendo, mentía todo el tiempo. ¡Era mucho más fácil que decir la verdad! Yo no tenía siquiera que pensarlo; sucedía espontáneamente, como lo describió uno de ustedes. Pero luego llegué a conocer a Jesucristo como mi Salvador y, debido a mi relación personal con Él, sabía que no podía seguir mintiendo. Así que tomé la decisión de que durante el resto de mi vida siempre diría la verdad.
Pero ¡cuánto trabajo me costó! Aunque fue hace muchos años, todavía recuerdo la lucha que tuve. Cada vez que se me escapaba una mentira, tenía que decir en seguida: «No, eso no es verdad. Lo que debí haber dicho era...» Y luego decía la verdad sin que importara lo mucho que me doliera. Después de hacer eso repetidas veces, pude al fin quitarme la mala costumbre de mentir. Una vez que el decir la verdad se convirtió en mi nueva costumbre, se me hizo mucho más fácil dejar de mentir.
Igual que sucede con otros pecados, es muy fácil comenzar a mentir y muy difícil dejar de hacerlo. Por lo general, los niños comienzan a mentir poco después de que aprenden a hablar, aun cuando sus padres siempre digan la verdad. El mentir para ellos suele ser un modo de evitar el castigo. A esa temprana edad, es difícil que los niños comprendan la diferencia entre la verdad y la mentira. Por eso los padres deben enseñarles, conforme a la edad de cada uno, tanto mediante la disciplina como por el ejemplo que les dan.
Debido a lo difícil que fue para mí dejar de mentir, siempre les di a nuestros hijos una segunda oportunidad cuando sospechaba que estaban mintiendo. Yo les decía: «Quiero que pienses en lo que acabas de decir. ¿Estás seguro de que quieres decir eso? Te voy a dar otra oportunidad de cambiar tu respuesta.» Fue de ese modo que les ayudé a que aprendieran a pensarlo bien antes de hablar. ¡La verdad es que algunos de nuestros cinco hijos aprendieron la lección mejor que otros!
Los felicito por su deseo de dejar de mentir. Ahora consigan el apoyo de un amigo o de un familiar que esté dispuesto a hacerles rendir cuentas con respecto a su resolución.
No será fácil, pero ¡les aseguro que pueden lograrlo!