Soy un joven soltero y estudiante.... Lamentablemente, en la adolescencia caí en el vicio de la pornografía y la masturbación....
Comencé a asistir a una iglesia. Pensé que sería fácil dejar el vicio. He intentado abandonarlo, pero luego recaigo. La culpabilidad y el remordimiento me atormentan.... Fui hombre de oración y de estudio de la Biblia, e incluso predicador y líder de mi iglesia, y sin embargo mi conciencia me condenaba al punto que renuncié.
Ya no puedo más. He perdido la fuerza de voluntad. El vicio del pecado me derrotó.... Siento que Dios no me oye, y que me aborrece por ser un mísero fracasado e hipócrita.
Consejo
Estimado amigo:
¡Cuánto nos alegra que tenga el valor de contarnos acerca de sus luchas! Usted es valiente y sincero, y digno de respeto por haber renunciado a los puestos que ocupaba en su iglesia. Al dar ese paso difícil, usted se negó a ser hipócrita.
Muchas personas creen que, si uno asiste a la iglesia, con eso da a entender que está libre de pecado. Piensan que la iglesia es un club para personas que afirman que son santas. Por eso, si alguien que es conocido como un pecador asiste a la iglesia, lo tildan de hipócrita.
Sin embargo, esa manera de pensar no tiene validez alguna. La iglesia no es un club para santos; es más bien una clínica para pecadores. Todos los que asistimos a la iglesia somos pecadores. El asistir a la iglesia y estudiar la Biblia juntos nos ayuda a reconocer que somos pecadores y que Jesucristo, el Hijo de Dios, es el único que cumple los requisitos para perdonarnos y liberarnos del pecado.
Todos oramos y adoramos a Dios, no porque cumplamos los requisitos para hacerlo, sino precisamente porque Cristo acepta a cualquier pecador que quiere dejar de pecar. No tenemos que estar limpios de pecado antes de poder tener una relación con Cristo; nos vamos limpiando del pecado a medida que nos acercamos cada vez más a Él.
Usted estaba acercándose más a Cristo, pero debido a que su pecado no ha desaparecido, está pensando en darse por vencido. Eso se debe a que hay algunos pecados que tienen el poder de adicción y de causar daños sicológicos en el cerebro. Si usted fuera adicto a las drogas o al alcohol, es probable que sintiera la necesidad de someterse a un programa de tratamiento. La adicción a la pornografía se trata de una manera muy parecida.
Por eso le recomendamos que busque a un líder con madurez espiritual conocido por ser sabio y digno de confianza. Pregúntele si es capaz de mantener en privado las conversaciones entre los dos. Confiese que usted está luchando con el pecado y que necesita un compañero a quien pueda rendirle cuentas. Pueda que sí, o pueda que no, quiera revelar los pormenores de su pecado, pero determine ser del todo sincero acerca de cuántos días han pasado desde la última vez que pecó La próxima vez que peque, pídale perdón a Cristo y luego cuénteselo al compañero ese mismo día. El tenerlo a él acompañándolo en esta lucha hará que salga de su cerebro y quede al descubierto. Reconozca que le llevará bastante tiempo vencer este problema, y que lo que de veras importa es que cada vez no deje de volver a comenzar, negándose a revolcarse en la vergüenza de haber vuelto a caer.
Le deseamos lo mejor,