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Caso 348

Tengo una hija de once años, y estoy embarazada con ocho meses de gestación. Cansada de que todo el año mi hija me ha estado mintiendo sobre sus tareas y exámenes, hablé con ella y le dije que tiene que mejorar. Pero hace dos días no aguanté más y la castigué, halándole los cabellos y dándole palmadas en la cabeza, los hombros y las nalgas. Me desconocí, ya que nunca la había agredido de esa manera, y me puse a llorar en el otro cuarto.

Al rato me acerqué, conversé con ella, la abracé y le pedí perdón. Ella me dijo: «No tengo nada que perdonarte. Lo tengo merecido. No me dolieron los golpes, sino que tú hayas llorado. ¡Te quiero mucho!» Eso me hizo sentir más mal de lo que ya estaba.... Ese día y esa noche no paré de llorar...

Consejo

Estimada amiga:

El embarazo puede causar un desequilibrio en las hormonas, con la posibilidad de resultar en intensas reacciones emocionales. Sin embargo, si bien su embarazo pudo haber contribuido a que reaccionara de un modo exagerado, el hecho de estar embarazada no justifica en absoluto el abuso físico de un hijo. Y aunque nos alegramos de que su hija no haya quedado lastimada físicamente, eso tampoco justifica lo que usted le hizo.

Usted dice que castigó a su hija halándole el cabello y golpeándola en la cabeza y en los hombros. Ese no era un castigo apropiado. Fue un acto violento, fruto del enojo. El castigo apropiado en la disciplina de un niño es muy diferente de lo que usted describe. Tal castigo nunca es producto de la ira. Y jamás se administra con gritos y sin dominio propio.

Una vez que los niños tienen la edad para razonar, por lo general a los siete u ocho años, ya no es eficaz ni deseable castigarlos físicamente, ni siquiera dándoles nalgadas en privado. Ahora que tienen la edad para recordar durante algunos días o hasta varias semanas lo que hicieron de malo, las consecuencias más eficaces para tales niños son negarles ciertos privilegios y limitar la interacción social que tienen con sus amigos. Por lo general, los padres que recurren a golpearlos carecen de la autodisciplina necesaria para ser consecuentes con relación a castigos más apropiados.

Hablar, gritar y amenazar no son formas de castigo apropiadas, y sin embargo es lo único que hacen algunos padres. Hablan y hablan, gritan más fuerte, y amenazan con consecuencias más severas, y cuando eso no da el resultado que quisieran, recurren a la violencia física. Y una vez que han castigado con enojo, empleando la violencia, hay una alta probabilidad de que vuelva a ocurrir.

Usted necesita buscar a alguien a quien pueda rendirle cuentas. Si no puede acudir a un consejero profesional, hable entonces con un amigo o familiar a quien respeta y que sabe escuchar a los demás. Pídale a esa persona que le pregunte cada tantos días si ha vuelto a recurrir a la violencia física y al abuso verbal. Al saber que tiene que rendirle cuentas, tendrá una motivación más fuerte para evitar que vuelva a ocurrir. También le recomendamos que lea la Biblia, comenzando con el libro de Proverbios, para aprender acerca del dominio propio, y que ore a diario y le pida a Dios que la ayude.

Le deseamos lo mejor,

Linda

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