Durante casi cinco años no supimos nada de mi esposo, y mis hijos se acostumbraron a no verlo. Cuando pensé que las cosas estaban bien, mi esposo apareció en mi casa hace más o menos quince días porque necesitaba que le hiciera un favor. Desde ese día a la fecha, sigue [visitando] a mis hijos.
Mi preocupación es que mi niña nunca ha convivido con él, pero ahora que él ha estado llegando, se ha ilusionado y es la niña más feliz.... He hablado con ella y le he hecho ver la situación, pero ella no acepta que esto es circunstancial. ¡No sé qué hacer!
Consejo
Estimada amiga:
Es difícil comprender cómo es que algunos hombres (y algunas mujeres) pueden ser tan egoístas que están dispuestos a abandonar a sus propios hijos. Por lo general, tienen sus formas de justificar su conducta, tales como convencerse de que su ausencia les conviene a sus hijos, o de que la persona responsable de la situación es la mujer y ella tiene toda la culpa. Algunos hombres actúan como si fueran solamente donantes de espermatozoides, y no les tienen afecto alguno a sus hijos. Pero todas esas justificaciones no son más que excusas para ocultar su egoísmo. Y, lamentablemente, algunas personas siguen siendo egoístas hasta el día de su muerte.
¿Cómo puede una madre amorosa proteger a sus hijos impidiendo que se enteren de la verdad acerca de su padre? No es posible. Tarde o temprano sus hijos descubrirán la verdad y tendrán que afrontar los sentimientos de rechazo. Por mucho que una madre quiera impedir el sufrimiento emocional de sus hijos, no tiene el poder para hacerlo. Algunas madres mienten al respecto hasta donde sea posible, pero a la larga los hijos se enteran. Lo único que una madre puede hacer es brindarles amor incondicional y estar dispuesta a sanar el corazón quebrantado de sus hijos.
Cuando se divorciaron mis padres, yo tenía diez años. Mi padre se ausentó durante varios años. No nos llamó por teléfono ni nos escribió ninguna carta. Mi mamá se inventaba excusas para que él no quedara mal, y yo era demasiado joven como para comprender la verdad. Cuando yo era ya adolescente, mi papá volvió a aparecerse. Yo estaba convencida de que él necesitaba que yo lo cuidara. Así que le dije a mi mamá que yo iba a ir a vivir con él si ella no permitía que él se mudara y ocupara la habitación de mi hermano. Todavía no sé realmente por qué mi padrastro permitió que hiciéramos ese arreglo, pero lo cierto es que ya para ese entonces mi papá era un anciano y estaba enfermo, y no constituía una amenaza para nadie. Él murió algunos años después, mientras aún ocupaba la habitación de mi hermano.
Yo mantuve una férrea lealtad hacia mi papá, a pesar de que él no me mostró casi nada de amor y me decepcionó vez tras vez. No recuerdo que él jamás haya asistido a alguna actividad de mi escuela o que haya mostrado mayor interés en mi vida. Pero hoy, treinta y cinco años después de su muerte, creo que él sí me amaba, pero que era débil y estaba enviciado al alcohol, y le era más fácil mantenerse completamente borracho. Él optó por evitar la dura tarea de ser buen padre y de mostrarles amor a sus hijos.
En realidad no puedo saber si mi papá de veras me amaba, pero sí sé que tengo a un Padre celestial que me ama con un amor inagotable. Él envió a su Hijo Jesucristo a morir en la cruz para pagar el castigo por mis pecados de modo que yo también pueda ser su hija. «Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.»1 Mi Padre celestial no escogió la vía fácil sino la dolorosa. Él mostró su amor por mí. Y yo estoy muy agradecida de haber llegado a conocer su amor.
Linda
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1 Ro 5:8