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Caso 5

La relación de toda madre con sus hijos debe ser la mejor relación con la que toda persona debería contar. Sin embargo, durante toda mi vida la relación con mi madre no ha sido buena siquiera, y se deterioró aún más a partir de los quince a dieciséis años, cuando vivía mi etapa de adolescencia.

El hecho de que mis dos hermanas mayores nacieran con retraso mental ha hecho que desde que mis padres se casaron, vivieran desvelados por atender todas sus necesidades. El que yo naciera con todas mis capacidades físicas y mentales hizo que ellos centraran en mí una gran responsabilidad y madurez desde muy temprana edad, y exigiéndome más de lo que cualquier niña a su edad podía dar.

Justo en la etapa de la adolescencia, con mi primer novio, mi madre se encariñó mucho con él, y cuando la relación se terminó porque sentí que era lo necesario para mi estabilidad emocional, ella me culpó de todo y no creyó todo lo que le conté de lo violento que mi novio se había vuelto y de cómo me hacía sufrir. Además, sin pensarlo, y como acostumbra hacerlo, dijo cosas muy hirientes, como que estaba decepcionada de tenerme como su hija, e incluso que yo era una lesbiana por confiar más en una amiga que en ella misma. Debido a eso, consumí drogas que me llevaron a ser hospitalizada y a recurrir a consulta sicológica.

Ahora estoy casada, y mi esposo es un regalo de Dios. Sin embargo, noto que mi madre no lo quiere con el mismo aprecio de mi novio anterior, y muchas veces ha llegado a amenazarlo y a decirle cosas muy hirientes. Mi esposo y yo hemos hablado, y creemos que la mejor solución es que nos alejemos de mi familia, y ahora han pasado varios días desde que no nos dirigimos a ella en especial. Sentía cierto agrado disfrutando en silencio con mi familia, y ahora no puedo hacerlo. Mi madre no desea cambiar...

Consejo

Estimada amiga,

Estamos completamente de acuerdo con usted en que la relación entre madre e hijos debería ser lo que le da a los hijos un ejemplo positivo para formar toda relación futura. Los psicólogos nos dicen que la vinculación emocional con la madre durante los primeros meses de vida es fundamental para el desarrollo de un niño, y que la relación con su madre es la más importante durante los años preescolares y de ahí en adelante. Así como el vientre es un santuario protegido para la vida nueva en desarrollo, los brazos de una madre debieran ser el lugar protegido de transición para un bebé recién nacido y un niño pequeño. Dios lo diseñó así, y su voluntad es que todos los niños reciban esa bienvenida al mundo.

Entonces ¿por qué no tienen la oportunidad de experimentar este ideal todos los niños? ¿Será que Dios ama más a unos que a otros? ¿Acaso algunos niños tienen más valor o potencial que otros? O ¿será posible que algunos merezcan más que otros? ¡Mil veces no!

Dios diseñó y creó un mundo perfecto. Él hizo la primera pareja, y aquellos dos llegaron a ser la primera familia. Dios pudo haberlos hecho como robots, cada uno con los mismos brazos fuertes y amorosos, corazones tiernos y mentes sabias. Pudo haber decidido no darles ninguna opción acerca de lo que harían, de quiénes serían o de cómo vivirían, de modo que siempre fueran buenos, amorosos, tiernos y sabios, y siempre fueran padres perfectos. Pero Dios no quería que sus hijos lo amaran por obligación.

¿Se enteró del caso del padre austriaco, Josef Fritzl, que mantuvo a su hija prisionera decenas de años en un calabozo debajo de su casa? Ella no pudo escoger qué hacer, a dónde ir o cómo vivir. Sólo podía hacer exactamente lo que quería su padre. Él no le dejó a ella ninguna opción.

Todos estaríamos de acuerdo en que un padre que trata de controlar la vida de un hijo adulto no es un padre amoroso, aun cuando no lo haya confinado a un calabozo. Un padre amoroso le da pautas a un hijo acerca de cómo tomar buenas decisiones y luego permite que el hijo decida por sí mismo. Un padre amoroso se siente orgulloso cuando un hijo mayor de edad escoge lo bueno y rechaza lo malo.

Eso es lo que hizo Dios. Les dio a Adán y a Eva pautas a seguir, y luego les dio la libertad de tomar sus propias decisiones. Casi de inmediato, escogieron mal. Emplearon su libre albedrío para hacer caso omiso de las pautas y ejercer más bien su propia voluntad. ¿Tuvo Dios la culpa de esto? ¿Lo planeó Él así? ¿Es Dios responsable de las decisiones de ellos por haberles permitido escoger por cuenta propia? No, ellos fueron los únicos responsables de sus propias malas decisiones.

Así es hoy en día. Dios les ha dado a todos los seres humanos el derecho de escoger entre lo bueno y lo malo. Y cuando llegan a ser padres, les toca seguir tomando decisiones cada día que viven. Algunos escogen seguir las pautas de Dios y su ejemplo de criar a sus hijos de una manera sabia y amorosa. Otros escogen llevar una vida egoísta y a veces malvada que perjudica severamente el desarrollo de sus hijos. Algunos contribuyen a acrecentar la autoestima de sus hijos por medio de elogios amorosos y genuinos, mientras que otros optan por decir cosas crueles e hirientes que sus hijos, cuando lleguen a ser adultos, jamás podrán olvidar. Algunos actúan con sabiduría al decidir cuánta responsabilidad debieran tener sus hijos; otros ponen sus propios intereses por encima de los de sus hijos y se aprovechan injustamente de la relación que tienen con ellos.

Carlos Rey y yo nos formamos en hogares muy distintos. Los padres de él servían a Dios y siguieron pautas bíblicas durante toda su vida, así que él creció en el seno de una familia amorosa y comprensiva. En cambio, los padres míos eran alcohólicos que decidieron pasar por alto casi todas las pautas bíblicas con relación a esta vida. Como resultado, yo crecí en un hogar sin estabilidad ni seguridad y con frecuencia violento. Mi madre no logró superar su propia formación, y eso la predispuso a perpetuar ese ciclo en sus propios hijos. Una vez, completamente borracha, se me vino encima armada de un cuchillo que afortunadamente logré quitarle. Sobra decir que jamás tuve una relación madre-hija como la que usted también anhela.

Desde muy temprana edad, determiné que estas dificultades contribuirían a hacerme más fuerte y que mi meta en la vida sería ponerle fin a ese ciclo. Yo nunca le daría una vida así de miserable a mis hijos. Decidí que el alcohol era mi enemigo y que jamás lo probaría. También tuve la bendición como adolescente de pedirle a Jesucristo que morara en mi vida, y Él me dio la fuerza necesaria para vencer toda situación adversa y ofrecerles una vida mejor a nuestros cinco hijos. Sus pautas divinas, que leo en la Biblia, han contribuido a hacer de mi vida un viaje maravilloso. Desde luego, ha habido problemas, pero como dice el apóstol Pablo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).

¡El pasado ha terminado! Fue horrible, pero no tiene que arruinar su presente ni su futuro. Usted es fuerte, y por eso ha llegado hasta aquí. Puede no sólo vencer las dificultades del pasado, sino también hacer una vida mejor para sus hijos. Usted puede frenar el ciclo de la mala crianza de los hijos. Y puede ser la primera en seguir el ejemplo de Dios. La animo a que lea la Biblia y encuentre las pautas que necesita seguir para ayudarla a comenzar a llevar una vida mejor. Encuentre otras familias sanas con las cuales relacionarse y pasar tiempo juntos.

Por último, en lo tocante a su relación actual con sus padres, la animo a que, con amor, establezca límites para el contacto que tenga con ellos. Es magnífico que esté de acuerdo con su esposo en cuanto a un plan de acción por ahora. En el futuro tal vez decidan que hay que modificar ese plan. No olvide que su prioridad más importante siempre ha de ser su propia salud física y emocional así como la de su esposo y de sus hijos.

Que Dios le conceda la sabiduría y la fuerza que necesita.

Con afecto fraternal,

Linda, la esposa de Carlos Rey

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